Es
el primer día, del mes de noviembre. Como todos los años, espero
ir a los cementerios a visitar las tumbas de mis ancestros. En la
tarde, comer fiambre con la familia. Pero en esta ocasión,
decidimos escapar de lo conocido, para apreciar una de las
tradiciones de esta fecha, la carrera de caballos que se realiza en
el municipio de Todos Santos Cuchumatán, del departamento de
Huehuetenango.
Salimos
en la mañana, temprano para poder aprovechar el día. La primera
parada fue en la villa de Chiantla, donde nos reservamos unos minutos
para pasar al templo católico y ver los bellos murales. Caminamos
en las calles de la villa para buscar el desayuno, queríamos comer
carne de cordero, pero no hayamos un recinto donde la sirvieran
cocida, así que nos arriesgamos a buscar en la cumbre de la Sierra
de los Cuchumatanes.
La
carretera que lleva de Chiantla a la cima de los Cuchumatanes es una
de las rutas más pintorescas de Guatemala, veinte kilómetros
asfaltados por la cadena montañosa más alta de América Central.
Tramos en donde la neblina se hace patente, la temperatura desciende
y el viento muerde la piel. A tres mil doscientos metros sobre el
nivel del mar, se deja de ascender, para continuar por un prado de
altura, abundante en rocas sedimentarias y restos volcánicos.
Rodeado de este monumento natural, nos detenemos en puesto de comida
de La Capellanía, donde ordenamos lo que buscábamos: cordero asado,
tortillas con queso y frijol, acompañado de café.
Continuamos
la marcha, por diez kilómetros asfaltados, hasta un desvío al
noroeste, el cual no está asfaltado, pero en buen estado. Se sube y
baja por la polvorienta ruta, se observan casas de adobe y teja,
ovejas de gran tamaño pastando y árboles de la zona, llamados
“Palos de Huitos”, Juniperus
standleyii, que solo crecen en
Los Cuchumatanes y áreas del Volcán Tacaná (Paul Standley y Julián
Steyemark, 1978). Uno de estos especímenes también puede
encontrarse la ruta que conduce de San Francisco el Alto a
Momostenango. Antes de llegar a la Villa de Todos Santos Cuchumatán,
hay un descenso por una arboleda, donde se encuentra el parque
regional municipal K'ojlab'lTze' Te Tnom.
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En el Corazón de la Sierra de los Cuchumatanes, se encuentra la villa de Todos Santos Cuchumatán. T. Torres. |
Dejamos
el vehículo en un estacionamiento público, y al descender notamos
la baja temperatura del ambiente, característico de las cumbres.
Caminamos por las calles de Todos Santos Cuchumatán, y lo primero
que salta a la vista, es la casa de José Ernesto Monzón “El
Cantor del Paisaje”, como se le conocía a este gran músico. Es
de notar, que en el municipio no es permitida la compra y venta de
bebidas alcohólicas, únicamente se puede consumir durante la feria.
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Jinetes y caballos agotados tras galopar. T. Torres. |
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Jinete de Todos Santos Cuchumatán. T.Torres. |
Si
hay algo que no escapa de la vista de nadie, es la homogeneidad en el
traje masculino y femenino; las mujeres utilizan un güipil, con
tonalidades púrpura y las mangas rayadas de púrpura y celeste, un
corte negro con delgadas líneas púrpura y una faja de una tonalidad
más roja que el güipil, algunas mujeres utilizan un sombrero rígido
de paja, con un chincho de cuero con argollas adornado con lienzos
púrpura. Los hombres usan una camisa en tonalidades púrpura con
rayas verticales, pantalones rayados de violeta y celeste y un
sombrero de paja similar al de las mujeres, es uno de los pocos
municipios en donde la mayoría de hombres utiliza el traje regional.
Pasamos
frente a la iglesia, en donde se realizaban unas danzas, las cuales
observamos por unos minutos. Nos encaminamos luego a un camino que
descendía hasta una arboleda y un sendero de tierra, a cinco minutos
del caso urbano. Fue ahí donde encontramos a bastantes hombres en
estado de ebriedad, intentando montar a los caballos, propios y
alquilados, enfilándose hacia la pista hecha para que corran, una
carrera sin ganador ni premio.
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Dos jinetes durante su hora de descanso. T. Torres. |
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Un Jinete listo para la carrera. T. Torres |
Me
acomodé en una de las cercas que rodea a la pista. Se podía notar
quienes eran del municipio y quienes habíamos llegado por la ocasión
al lugar, solo había que observar las prendas de vestir. Esperamos
un momento, sin saber la modalidad de la carrera, pero nuestra
paciencia fue recompensada. El suelo comenzó a temblar levemente,
se escuchaba el galope de los caballos a toda prisa y el grito de los
jinetes, todos en estado de
ebriedad. Varias veces corrieron de un lado al otro de la pista, sin
otro pensamiento que el de mantenerse en la montura y no caer, pero
cada cierto tiempo, algún desprevenido resbalaba y terminaba en el
suelo. Se dice, que si alguien cae y muere, todo ese año será
fructífero para el municipio, pero este año, las ánimas no
reclamaron su ofrenda.
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Sin temor alguno, estos jinetes participan en la carrera. T. Torres. |
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Si uno de los jinetes cae y muere, será un buen año para la agricultura. T. Torres. |
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Para captar esta fotografía, conté con algunos segundos en el centro de la pista. T. Torres |
Yo
ansiaba poder participar en la carrera, así que pregunté el valor
de alquiler de un caballo, cincuenta quetzales por una vuelta, sin
seguro ni garantía. Al final la prudencia prevaleció y no lo hice,
tal vez un año vuelva y lo intente. Ya es hora de almorzar, así
que nos dirigimos al mercado municipal.
Una de las comidas que consumo en las ferias es el Pepián, y esta
no sería la excepción. Después del almuerzo, fuimos al parque
central a caminar y buscar donde comprar recuerdos. El ambiente
estaba cargado de música y colores; los conciertos de marimba eran
abundantes, al igual que los bailadores, grandes y chicos.
En
una de las tiendas de artesanías aledañas al parque, compramos
sombreros de la región y tela para hacer pantalones, pero no
haríamos pantalones, si no, un mantel colorido, para recordar aquel
frío, pero a la vez cálido municipio.
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Esta carrera tradicional atrae a gran cantidad de personas, locales, nacionales e internacionales. T. Torres |
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El ambiente está cargado de música y color, con conciertos de marimba por todos lados. T. Torres. |
Después
de comprar, regresamos al estacionamiento para abordar el vehículo y
retornar a casa. La última parada del día fue el mirador Juan
Diéguez Olidaverri, en el municipio de Chiantla, de donde se puede
observar todo el territorio comprendido entre la Sierra de los
Cuchumatanes y la Sierra Madre; un lugar que admiro por sus colores,
el viento fresco y frío y la vista inigualable del paisaje.
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Una vista inigualable del paisaje, desde la Sierra de los Cuchumatanes, del que tengo mucho más por escribir. T. Torres.
01/11/2 010
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