Triángulo Ixil y las frías aguas de Aguacatán

     Es sábado, después del segundo viernes de cuaresma, y mi familia decide ir al municipio de Chajul, Quiché. Como no había más espacio dentro del vehículo, no me queda más remedio que ir en la palangana del mismo, envuelto en una bolsa de dormir. Aún está oscuro, por lo que aprovecho esta parte del trayecto para recuperar algunas horas de sueño, rodando en el vehículo como un bulto más del equipaje. Nos dirigimos de Momostenango a Santa Lucía la Reforma, pasando el Río Negro que divide a Totonicapán y Quiché. Por fin amanece y puedo disfrutar de la ruta que conduce hasta el municipio de Sacapulas, el municipio se me es conocido por sus baños termales a orillas del Río Negro y la sal negra o sal de montaña, que tiene un sabor más fuerte que la sal de mar.

     Para ir al Triángulo Ixil, región conformada por los municipios de Chajul, Nebaj y San Juán Cotzal, con predominio de la etnia Ixil, es necesario seguir la ruta hasta la cima de Los Cuchumatanes de Quiché, hasta el cruce con el municipio de Cunén y luego descender hasta el municipio de Nebaj, el más cercano de los tres municipios del área. El camino está rodeado de árboles y rocas montañosas y es sumamente nuboso.

     Hacemos una parada en el municipio de Nebaj, para comprar algunas verduras y desayunar. El centro urbano se encuentra en un valle del municipio, y ha crecido en extensión desde los últimos quince años, tiempo que llevo de visitar el municipio. Las personas del lugar hablan español e ixil, y algunos comerciantes de la cabecera departamental, quiché.

     Continuamos con el viaje, hacia el noreste hasta el cruce con el municipio de San Juan Cotzal y luego al norte, a Chajul. El municipio ha cambiado bastante en la última década, las edificaciones de adobe han ido desapareciendo para dar lugar a las casas de concreto, la cantidad de vehículos ha aumentado y los comercios proliferan.
Templo católico de Chajul. T. Torres
Convento de Chajul. T. Torres.
     Nos dirigimos al templo católico del municipio, con su bella fachada blanca y paredes laterales de piedra. En el camino vemos varios puestos de ventas de artesanías y utensilios : morrales, sombreros, piedras de moler de Nahualá, cucharones y paletas de madera, sal negra de Sacapulas y muebles de Totonicapán. Dentro del templo, se pueden observan vestigios de los murales pintados en sus paredes de madera, ya que la acción del tiempo y el hollín, los han ido borrando. En el segundo o cuarto viernes de cuaresma, este recinto se llena de romeristas procedentes de varios puntos de país. Al ser sábado, no hay gran afluencia de personas, aún así es necesario esperar turno para pasar frente al Retablo Mayor. Una de las imágenes que más me llamó la atención fue la de un personaje sosteniendo una especie de lanza, vestido con el traje regional masculino: saco rojo con mangas negras, camisa blanca, pantalón blanco sostenido por una faja roja, sandalias y un sombrero tradicional del Triángulo Ixil. Es curioso que durante el conflicto armado interno, se le vestía con el uniforme kaibil.
Imagen vestida con el traje regional ixil masculino. T. Torres.
     
Mujer indígena de Chajul. T. Torres.

Electricista peculiar durante su trabajo en Chajul. T. Torres.

     Salimos del templo por el convento, una construcción de piedra con puertas, marcos de ventana y pilares de madera, sumamente ordenado y limpio. Es momento de ir a comprar, aprovecho para adquirir un sombrero ixil, que utilizo frecuentemente en mis viajes. Un breve paseo por las calles estrechas del centro urbano y regresamos al estacionamiento, es hora de partir al siguiente municipio del Triángulo Ixil, San Juan Cotzal. Este municipio se encuentra entre la Sierra de los Cuchumatanes y la Sierra de Chamá. El centro urbano es relativamente pequeño, destacan el templo católico, el parque central y el edificio de la municipalidad. Regresamos a la carretera, y nuestro viaje parecía haber llegado a su fin.
Parque central y templo católico de San Juan Cotzal. T. Torres
     En Sacapulas nos detuvimos a almorzar y bañarnos en un centro turístico a orillas de la carretera y del Río Negro, bajo la sombra de árboles de mango y aguacate. No tomamos el camino por el que habíamos llegado, si no que nos dirigimos al municipio de Aguacatán, en el departamento de Huehuetenago. Este inesperado punto en nuestro viaje lo hicimos de manera apresurada, ya que la tarde caía sobre nosotros y nos separaban muchos kilómetros del hogar. Aún así, pudimos apreciar la magnificencia del nacimiento del Río San Juan, uno de los afluentes del Río Blanco, que desemboca en el Río Negro. Este cuerpo de agua emerge de la Sierra de los Cuchumatanes, y pasa a tres kilómetros al norte del centro urbano de Aguacatán. El agua de este río es aprovechado para el riego y la recreación, un balneario con agua helada, según el testimonio de varios lugareños. Esa fue nuestra última parada en este viaje, la última imagen que quedó grabada en mi mente, y en la cámara, fue el atardecer multicolor de esta región de Guatemala.
Su servidor en el nacimiento del Río San Juán, Aguacatán. J. Torres.

Atardecer en Huehuetenango. T. Torres

19/03/2 011

Carrera de Caballos en Todos Santos Cuchumatán


     Es el primer día, del mes de noviembre. Como todos los años, espero ir a los cementerios a visitar las tumbas de mis ancestros. En la tarde, comer fiambre con la familia. Pero en esta ocasión, decidimos escapar de lo conocido, para apreciar una de las tradiciones de esta fecha, la carrera de caballos que se realiza en el municipio de Todos Santos Cuchumatán, del departamento de Huehuetenango.

     Salimos en la mañana, temprano para poder aprovechar el día. La primera parada fue en la villa de Chiantla, donde nos reservamos unos minutos para pasar al templo católico y ver los bellos murales. Caminamos en las calles de la villa para buscar el desayuno, queríamos comer carne de cordero, pero no hayamos un recinto donde la sirvieran cocida, así que nos arriesgamos a buscar en la cumbre de la Sierra de los Cuchumatanes.

     La carretera que lleva de Chiantla a la cima de los Cuchumatanes es una de las rutas más pintorescas de Guatemala, veinte kilómetros asfaltados por la cadena montañosa más alta de América Central. Tramos en donde la neblina se hace patente, la temperatura desciende y el viento muerde la piel. A tres mil doscientos metros sobre el nivel del mar, se deja de ascender, para continuar por un prado de altura, abundante en rocas sedimentarias y restos volcánicos. Rodeado de este monumento natural, nos detenemos en puesto de comida de La Capellanía, donde ordenamos lo que buscábamos: cordero asado, tortillas con queso y frijol, acompañado de café.

     Continuamos la marcha, por diez kilómetros asfaltados, hasta un desvío al noroeste, el cual no está asfaltado, pero en buen estado. Se sube y baja por la polvorienta ruta, se observan casas de adobe y teja, ovejas de gran tamaño pastando y árboles de la zona, llamados “Palos de Huitos”, Juniperus standleyii, que solo crecen en Los Cuchumatanes y áreas del Volcán Tacaná (Paul Standley y Julián Steyemark, 1978). Uno de estos especímenes también puede encontrarse la ruta que conduce de San Francisco el Alto a Momostenango. Antes de llegar a la Villa de Todos Santos Cuchumatán, hay un descenso por una arboleda, donde se encuentra el parque regional municipal K'ojlab'lTze' Te Tnom.
En el Corazón de la Sierra de los Cuchumatanes, se encuentra la villa de Todos Santos Cuchumatán.  T. Torres. 

     Dejamos el vehículo en un estacionamiento público, y al descender notamos la baja temperatura del ambiente, característico de las cumbres. Caminamos por las calles de Todos Santos Cuchumatán, y lo primero que salta a la vista, es la casa de José Ernesto Monzón “El Cantor del Paisaje”, como se le conocía a este gran músico. Es de notar, que en el municipio no es permitida la compra y venta de bebidas alcohólicas, únicamente se puede consumir durante la feria.
Jinetes y caballos agotados tras galopar.  T. Torres.
  
Jinete de Todos Santos Cuchumatán.  T.Torres.
 Si hay algo que no escapa de la vista de nadie, es la homogeneidad en el traje masculino y femenino; las mujeres utilizan un güipil, con tonalidades púrpura y las mangas rayadas de púrpura y celeste, un corte negro con delgadas líneas púrpura y una faja de una tonalidad más roja que el güipil, algunas mujeres utilizan un sombrero rígido de paja, con un chincho de cuero con argollas adornado con lienzos púrpura. Los hombres usan una camisa en tonalidades púrpura con rayas verticales, pantalones rayados de violeta y celeste y un sombrero de paja similar al de las mujeres, es uno de los pocos municipios en donde la mayoría de hombres utiliza el traje regional.

     Pasamos frente a la iglesia, en donde se realizaban unas danzas, las cuales observamos por unos minutos. Nos encaminamos luego a un camino que descendía hasta una arboleda y un sendero de tierra, a cinco minutos del caso urbano. Fue ahí donde encontramos a bastantes hombres en estado de ebriedad, intentando montar a los caballos, propios y alquilados, enfilándose hacia la pista hecha para que corran, una carrera sin ganador ni premio.

Dos jinetes durante su hora de descanso.  T. Torres.


Un Jinete listo para la carrera.  T. Torres
     Me acomodé en una de las cercas que rodea a la pista. Se podía notar quienes eran del municipio y quienes habíamos llegado por la ocasión al lugar, solo había que observar las prendas de vestir. Esperamos un momento, sin saber la modalidad de la carrera, pero nuestra paciencia fue recompensada. El suelo comenzó a temblar levemente, se escuchaba el galope de los caballos a toda prisa y el grito de los jinetes, todos en estado de ebriedad. Varias veces corrieron de un lado al otro de la pista, sin otro pensamiento que el de mantenerse en la montura y no caer, pero cada cierto tiempo, algún desprevenido resbalaba y terminaba en el suelo. Se dice, que si alguien cae y muere, todo ese año será fructífero para el municipio, pero este año, las ánimas no reclamaron su ofrenda.
Sin temor alguno, estos jinetes participan en la carrera.  T. Torres.

Si uno de los jinetes cae y muere, será un buen año para la agricultura.  T. Torres.

Para captar esta fotografía, conté con algunos segundos en el centro de la pista.  T. Torres
     Yo ansiaba poder participar en la carrera, así que pregunté el valor de alquiler de un caballo, cincuenta quetzales por una vuelta, sin seguro ni garantía. Al final la prudencia prevaleció y no lo hice, tal vez un año vuelva y lo intente. Ya es hora de almorzar, así que nos dirigimos al mercado municipal. Una de las comidas que consumo en las ferias es el Pepián, y esta no sería la excepción. Después del almuerzo, fuimos al parque central a caminar y buscar donde comprar recuerdos. El ambiente estaba cargado de música y colores; los conciertos de marimba eran abundantes, al igual que los bailadores, grandes y chicos.


     En una de las tiendas de artesanías aledañas al parque, compramos sombreros de la región y tela para hacer pantalones, pero no haríamos pantalones, si no, un mantel colorido, para recordar aquel frío, pero a la vez cálido municipio.
Esta carrera tradicional atrae a gran cantidad de personas, locales, nacionales e internacionales.  T. Torres

El ambiente está cargado de música y color, con conciertos de marimba por todos lados.  T. Torres.



      Después de comprar, regresamos al estacionamiento para abordar el vehículo y retornar a casa. La última parada del día fue el mirador Juan Diéguez Olidaverri, en el municipio de Chiantla, de donde se puede observar todo el territorio comprendido entre la Sierra de los Cuchumatanes y la Sierra Madre; un lugar que admiro por sus colores, el viento fresco y frío y la vista inigualable del paisaje. 
Una vista inigualable del paisaje, desde la Sierra de los Cuchumatanes, del que tengo mucho más por escribir.  T. Torres. 


01/11/2 010

Cobán-Flores Petén. Caminata por la selva y debajo de la tierra: B’omb’il pek

          La aventura comienza antes que salga el sol, en la ciudad de Cobán, en el departamento de Alta Verapaz.  Salimos de madrugada para poder aprovechar el día, el punto final del día la ciudad de Flores, en el departamento de Petén.  Debido a la oscuridad, no se puede apreciar los detalles de la carretera, por las montañas de las verapaces.

            Setenta y cuatro kilómetros separan a la cabecera departamental del municipio de Chisec, uno de los puntos intermedios de esta aventura, la puerta al mundo maya.  El municipio de Chisec es uno de las más grandes del departamento de Alta Verapaz, con un mil ciento tres kilómetros cuadrados.  El idioma predominante es el q’eqchi’, pero se habla también el poqomchi.  Buscamos un lugar para desayunar, y encontramos un comedor que es propiedad de la municipalidad, donde comimos huevos revueltos, frijol, tortillas, café y atol por doce quetzales. 

            Después del desayuno, preguntamos a los lugareños sobre un parque en donde se puede practicar rappel, ellos nos indican que a dos kilómetros, al norte de la villa, está el parque B’omb’il pek, donde se puede realizar esta actividad.  El parque queda en la ruta que conduce al municipio de Sayaxché,  Nos detenemos frente a un letrero informativo de B’omb’il pek y San Simón.  En una tienda cercana nos dicen que llamarán a uno de los guías para que nos acompañe dentro del terreno comunitario. 
Rótulo informativo en la carretera.  T. Torres.
             Retrocedemos unos metros para dejar estacionado el vehículo, y preparamos las mochilas con lo necesario para el senderismo: agua, galletas, bloqueador solar y repelente para mosquitos.  Nuestro guía es en joven de unos veinte años, que habla bien el español y q’eqchi’ y un poco de inglés.  Atravesamos un puente por donde corre el río San Simón, y damos una caminata de treinta minutos por terrenos comunitarios y la selva de las verapaces.  El joven nos platica sobre el cultivo de maíz, que en esas regiones se realizan dos siembras y cosechas, diferente al altiplano, donde solo se lleva a cabo una.  También nos relata sobre la organización comunitaria, del proyecto del parque y de cómo se ha convertido en una manera de obtener fondos para los habitantes de la comunidad. 

Río San Simón, en Chisec.  T. Torres

            Cerca del lugar donde se practica rappel, hay altares subterráneos, donde los sacerdotes mayas aún practican rituales a sus deidades.  Los nombres de las deidades, son las mismas en k’iche’ y q’eqchi’, según pudimos notar con nuestro guía.  El camino tiene una considerable cantidad de grutas, por lo que resulta interesante que el bosque haya crecido por encima de una bóveda subterránea.  El bosque se vuelve más denso, y unos letreros indican el camino hacia la plataforma donde se atan las cuerdas que servirán para el descenso hacia el dominio de Xibalbá.

Sendero hacia el foso que lleva a las cuevas de B'omb'il pek.  T. Torres

Una flor curiosa, llamada por los lugareños "labios de prostituta".  T. Torres. 

En estas fosas se realizan rituales religiosos.  T. Torres. 

            Cinco personas haríamos el descenso de sesenta metros, sin pared hasta la entrada de las cavernas.  El guía nos explica la manera correcta de hacerlo, ya que ninguno de los que haríamos este ejercicio, lo había intentado antes.  La entrada de la caverna se encuentra en un gran foso en medio de la selva, a donde solo se puede acceder por medio de rappel o de una escalera de madera.  Contengo la respiración y me dejo caer por la cuerda, los cinco minutos siguientes son indescriptibles, el foso se abre a lo ancho y uno queda en medio de las paredes, todo se magnifica, arriba, la poca luz que logra atravesar las hojas, se queda ahí.  Las formas caprichosas de la cueva recuerdan el pasado violento que las forjó, fuerzas enormes empujando toneladas de piedra.  El color verde aumenta por el musgo y liquen de las paredes.  La humedad se siente en la atmósfera y los únicos sonidos audibles son los del corazón palpitar, la respiración y el aleteo ocasional de un murciélago o gorrión.  La luz es cada vez más ausente.  Una vez en el suelo, o debajo de él, se aprecia la abertura por donde el aire y la luz se cuelan.  Pequeñas gotas que escapan, caen constantemente, manteniendo húmedo el suelo.  Sin cuerdas, se sigue el descenso por un camino resbaladizo, mientras se contemplan las enormes paredes de piedras, con sus múltiples fisuras y formas.   
Los guías están capacitados para desarrollar estas actividades, brindan un buen servicio a los turistas.  T. Torres.


Pared de las cavernas, donde anidan gorriones y murciélagos.  T. Torres.

El descenso libre es una experiencia única.  T. Torres. 
            El guía nos llevó por dentro de la gruta, escalamos una pequeña pared de roca y nos muestra un pequeño hueco y dice que las cavernas se encuentran ahí.  Nosotros pensamos que es una broma, pues el hueco apenas es lo suficientemente grande para dejar pasar a una persona arrastrándose, y efectivamente eso es lo que nos invita a hacer para contemplar dentro de la caverna.  Lo pensamos un momento y nos armamos de valor y unas lámparas para adentrarnos a la oscuridad. 
 
Figuras caprichosas se forman en las cavernas.  T. Torres.
            Luego de reptar por un angosto espacio se llega a una cámara lo suficientemente grande como para albergar a veinte personas.  Las paredes tienen impregnadas pequeñas rocas brillantes, las estalagmitas están en plena formación y las estalactitas se benefician del mineral transportado por las gotas de agua que atraviesan la superficie.  La oscuridad es total y el silencio absoluto.  Todo es digno de admirar.
La entrada a las cavernas es angosta, una aventura para aquellos que lo buscan.  T. Torres.

            El suelo está partido por la mitad, y si se sigue esa fisura, se llega a otra abertura en la pared, como la anterior, que conduce a una pequeña plataforma de roca donde solo pueden estar tres personas por lo reducido del espacio.  En esta plataforma se puede observar la pintura que le debe su nombre a la caverna, “piedra pintada”; dos monos y un jaguar realizados con pintura negra.  Si se quiere continuar, se necesita equipo de espeleología, ya que es necesario hacer un descenso de treinta metros, los cuales, según cuenta el guía, solo lo han hecho exploradores extranjeros. 
 
Las estalagmitas (en el suelo) tienen formas curiosas.  T. Torres.

Estalactitas que cuelgan del techo de la cueva.  T. Torres.

Es posible encontrarse con formas de vida relativamente grandes en estas cavernas.  T. Torres.

            El retorno es también dificultoso, y en cada abertura se puede sentir una corriente de aire fresco que hace posible la estancia, y la vida, en esa caverna.  Salir por cualquiera de las dos aberturas mencionadas, es como volver a nacer, ver la luz del día y sentir lo fresco del aire.  Y así la cueva vuelve a su silencio profundo, solo interrumpido por el gotear del agua.  

            Subimos por la escalera de madera, y nuevamente nos encontramos en la selva.  Bebemos agua y comemos algunas galletas y regresamos al lugar donde dejamos estacionado el vehículo.  En el camino de retorno, vamos silenciosos, meditando sobre lo que habíamos conocido y lo grandioso que fue.  Le agradecemos al guía y retornamos a la ruta, dirigiéndonos hacia el norte.
Vista desde arriba de la fosa que lleva a las cavernas.  Laura. G. 

La plataforma donde se atan las cuerdas para descender al foso.  T. Torres.

             Pasamos cerca de las cuevas de Candelaria, otro atractivo turístico del departamento, ubicado en el municipio de Raxruhá, pero debido a lo limitado del tiempo y lo largo de la ruta, lo dejamos para otra aventura.  Ya que no conocíamos la ruta, tomamos el camino que lleva hacia el centro urbano de Raxruhá, así que damos la vuelta, pues nuestra ruta es otra.  Volvemos a la intersección que pasamos y continuamos hacia el departamento de Petén. 

            Antaño, esta ruta estaba cubierta por bosque tropical y sub-tropical; los humedales eran comunes, flora y fauna abundante y tesoros arqueológicos importantes.  Ahora, ese mundo verde descrito por Virgilio Rodríguez Macal ha desaparecido.  La ganadería, la palma africana y el crecimiento poblacional han hecho que este ambiente que parecía indomable, sucumba a la mano del hombre.  Solo quedan pequeñas islas de selva en medio de un desierto verde a lo largo de toda la ruta hasta el centro urbano de Sayaxché. 

            A las dieciséis horas, llegamos a la comunidad de Sayaxché, dividida por el río la Pasión, el cual se debe cruzar utilizando un ferry de la municipalidad.  Es necesario esperar a que se cargue de cada lado y haga el viaje, que tarda cerca de cinco minutos.  Mientras esperamos, me dirijo a una tienda para comprar algo que refaccionar, ya que no habíamos tomado una comida completa desde el desayuno.  El que atiende el negocio donde compré, vivía anteriormente en Totonicapán, un paisano en el departamento norteño; me comenta que porqué utilizo un sombrero del área Ixil, si los hombres de Totonicapán utilizan otro sombrero. 
El río la Pasión, en Sayaxché.  El ferry municipal sirve para cruzar al otro lado. T. Torres.


            Me apresuro a regresar, pues el ferry ya estaba cargando, no quise abordar el vehículo así que voy parado en la plataforma del ferry, a la par de otros vehículos y un camión.  Una vez del otro lado, reanudamos la ruta, sin escalas hasta el municipio de Flores.  Pasamos por los municipios de La Libertad, San Antonio y San Benito, hasta llegar a las orillas del lago Petén Itzá. 

            En Flores, caminamos hacia el centro de la ciudad, donde la mayoría de casas son de madera de dos niveles.  Las calles son tranquilas por la noche, donde lugareños y turistas interactúan en los puestos de comida y bares.  Teníamos mucha hambre, y los menús de los restaurantes no parecían saciarla, así que optamos por un local conocido: Pollo Campero.  Teníamos tantas ansias de comer que olvidamos comprar tortillas, y engullimos las piezas de pollo.  Saciados, nos dirigimos al centro comercial Mundo Maya. 

            Después de una breve caminata, nos dirigimos al hotel Casona del Lago, un buen lugar, y económico, para descansar, con vista al lago Petén Itzá.  Luego de tantas emociones, lo mejor es recargar las baterías para seguir con las aventuras.
Su servidor en la antesala al reino de Xibalbá.  J. Torres.

14/12/2012

Ascenso a la montaña Tamango

            En un principio, el ascenso parecía fácil, conquistar dos cimas de la Sierra Madre.  Pero la experiencia me ha enseñado que los ojos pueden tergiversar la realidad.  Nuestro punto de partida es en el cantón Paquí, que significa “entre maguey”, del municipio de Totonicapán. 

Montañas de Totonicapán, la cima derecha es Tamango.  T. Torres
            
          Iniciamos con un ascenso en un camino hecho por leñadores, cerca de un campo de maíz.  La tierra está seca por la falta de lluvia, pero bajo el suelo, abunda el agua.  Desde ahí empecé a notar la falta de entrenamiento que tenía, pero la convicción de alcanzar la cima, hizo desaparecer aquella molestia momentánea.

Vista desde la montaña Mucholic.  T. Torres

Volcán Santa María visto desde Mucholic.  T. Torres.
             En veinte minutos habíamos alcanzado la primera cima, la montaña Mucholic, una central de pozos de agua y un altar cerca del límite con otro cantón.  Tomamos un momento para acostumbrarnos a la altura y contemplar el panorama, en poco tiempo reanudamos la caminata.  Aunque ya habíamos calentado, la marcha continuó a un paso lento debido a lo accidentado del terreno.  Los pinos y encinos comenzaban a aumentar en número conforme avanzábamos. 

            El sendero es pequeño, pero hecho ingeniosamente para sortear las rocas que aminoran el paso.  Unas piedras pintadas de dos colores, sirven de mojón para los cantones.  La temperatura desciende y con cada paso, el sol se ve menos.
 
Sendero hacia la cima de la montaña Tamango.  T. Torres
            Después de cierto tiempo de caminata, el sendero se vuelve más ancho, pero aumenta la cantidad de obstáculos, como ramas y rocas, para sortear.  El suelo se cubre de abundante maleza, ramas y hojas de pino, lo que lo hace resbaloso.  Llegamos a otro punto plano, que son intersecciones de veredas comunales. 

            Ahora los rayos del sol desaparecen tras el manto de hojas de los árboles, que en esta parte de la montaña, son más altos y viejos, un santuario de la montaña.  La humedad aumenta, el suelo se cubre de una capa de musgo y hojas podridas, haciendo un lugar propicio para la abundante vida. 
Árboles cubiertos por líquenes y plantas trepadoras.  T. Torres
            En esta parte del trayecto, el sendero pasa por la orilla de un barranco, que tiene una profundidad considerable, pero una caída es poco probable ya que la abundante vegetación crea puntos de apoyo para pies y manos.  Aún no se puede divisar la cima de la montaña Tamango, pero el ascenso se vuelve más pronunciado, la temperatura desciende, la humedad y el cansancio aumentan, dificultando la marcha. 

            Los troncos de los árboles en este punto, son realmente grandes y altos, hogar de numerosas aves que se escuchan cantar.  Repentinamente, la humedad y los grandes árboles desaparecen y la cantidad de rocas en el sendero aumenta.  También hay mayor cantidad de flores y arbustos, característicos de las cimas montañosas. 
Altar junto a un árbol muerto en la cima de Tamango.  T. Torres. 

            Tras un último ascenso por una pared rocosa, se llega a la cima de la montaña Tamango, una de las cumbres más altas de Totonicapán, cercana a los 3 000 metros sobre el nivel del mar.  Un árbol muerto de pie y un altar nos dan la bienvenida y nos invitan a contemplar el panorama.  La vista es impresionante, al norte un descenso por la Sierra Madre, el escudo sur de las poblaciones de Momostenango y Huehuetenango, y a lo lejos, la Sierra de los Cuchumatanes. Al oeste, se extiende la cadena montañosa que rodea a las poblaciones de Totonicapán y Quetzaltenango.  Al sur, se divisa al volcán Santa María. 
Vista hacia el norte de la montaña Tamango.  T. Torres. 
 
Troncos como este abundan en el sendero hacia la montaña Tamango.  T. Torres.
            Tomamos un momento para reflexionar y descansar; el viento y las aves cantan armoniosamente.  Luego de recuperar fuerzas, es momento de emprender el descenso, no por el mismo camino, si no por una ruta al oeste.  Al igual que en el ascenso, en esta parte del trayecto abundan las grandes rocas y troncos de árboles caídos.  Nuevamente, enormes árboles cubren al sol y el suelo se torna negro, señal de ser muy fértil. 
Estos grandes y viejos árboles son numerosos en la Sierra Madre.  T. Torres.

Sendero que utilizamos para descender de Tamango.  T. Torres


            La marcha es más rápida, aunque se sufren más caídas por lo quebrado del sendero.  Los árboles comienzan a disminuir de tamaño, y los rayos solares logran filtrarse entre las hojas.  Se escucha a los lejos el ladrar de los perros, lo que denota que estamos cerca la comunidad.  El sendero presenta señales de ser más transitable y se puede ver el límite de la montaña y el cantón.  Después de cinco horas, estamos de vuelta en el cantón Paquí, a un kilómetro de donde iniciamos a escalar. Fuimos y regresamos de una de las partes más antiguas del bosque de la Sierra Madre. 

Guatemala posee gran cantidad de lugares para la aventura, solo hace falta tener disposición de explorar. 
27/01/2013

Diarios de Camioneta

          Nosotros estamos tan acostumbrados a viajar, al cuero o tabla de los asientos de autobús, de las camionetas y camiones.  No sé por qué extraño tanto el sonido del motor, el frío del cristal en que a veces recuesto mi cabeza para dormir, las tortuosas carreteras que tanto me son familiares, el calor sofocante de las tardes y cuando regreso a casa por la noche.

            Siempre son las mismas personas en la camioneta, pero nadie se habla, o al menos, quienes no se conocen; los mismos rostros, los mismos mendigos que suben a pedir dinero (y siempre con la misma prédica), los mismos vendedores, ofreciendo la cura para las mil y una enfermedades. 

            En la carretera es donde todo sucede:  comes, bebes, ríes y lloras.  No dejas de ver a aquella persona de adelante o atrás, y ruegas para que se siente contigo por un momento, aunque no intercambien ningún gesto o palabra.

            Lo mejor es ir por nuevos rumbos, pues es cuando más atención prestas al paisaje, montañas, interminables arboledas y extensas llanuras secas.  Todo en una sinfonía de colores que se asoman, solo con ver hacia afuera. 

            Ni olvidar el desayuno en la terminal, respirando aquel humo infecto que expelen los buses, eso lo hace único.  Puede que tengas la fortuna de encontrarte con un conocido, intercambiar palabras y compartir.

            Realmente, no sé qué es lo que extraño, la música, la gente, la carretera, el humo, las apretaderas o las competencias entre buses que me dejan con el corazón en la garganta.  Tal vez sea una mezcla de todo.  Y mientras lo defino, extiendo el brazo y hago señas para parar a la siguiente camioneta.  

Aunque a veces no es el lugar más cómodo para viajar, utilizar una camioneta para explorar el mundo, hace emocionante cada aventura.